Cualquier calificativo que se le pueda atribuir a una guerra se queda corto a la hora de expresar lo terrible que supone para todas las personas involucradas, sufrir a lo largo de su vida un conflicto de este tipo. Si hablamos de una guerra civil, los calificativos se quedan más cortos si cabe, ya que en estos casos son familias enteras las que se quedan divididas con hermanos luchando en uno y otro lado del frente, con amigos de escuela matándose entre sí sin ni siquiera saberlo, y en la que el odio aprovecha cualquier resquicio para crecer y apoderarse de un pueblo tranquilo como el nuestro.
Como no podía ser de otra manera, Llanes y su concejo no se quedaron al margen de esa cruel realidad que afectó tanto a la gente que se encontraba en ésta nuestra tierra, como a aquellos que se encontraban en otras zonas de España buscando el pan para los suyos. Muchos fueron los llaniscos y habitantes de los pueblos del concejo que lucharon por convicción; muchos fueron también los que se vieron obligados a luchar en una guerra que no sentían suya, y también hubo algunos que intentaron evitarla, incluso consiguiéndolo, escondiéndose en los pueblos o huyendo a la vecina sierra del Cuera para confundirse entre sus bosques y emigrar después. Todos ellos, los que lucharon y los que lo evitaron, los que murieron y los que sobrevivieron, y también la población civil, pasaron por una experiencia personal irrepetible que a buen seguro marcó y/o condicionó el resto de sus vidas y cuyo conocimiento puede aportarnos mucho.
Quiero entonces aprovechar estas líneas para proponer un encuentro público con los llaniscos que en cualquiera de los dos bandos, aquí y afuera, sufrieron la guerra civil y que todavía se encuentran entre nosotros. No estaría mal que fuera el propio Ayuntamiento de Llanes quien promoviera algunos actos convocándolos para que nos cuenten sus experiencias en primera persona.
Creo que una exposición fotográfica, un acto de homenaje y, sobre todo, un ciclo de charlas de quienes crean que sus recuerdos, anécdotas, sentimientos y experiencias como soldados en el frente o como población civil, merecen la pena ser transmitidos como Memoria Viva, sería una buena manera de plasmar ese encuentro. Estoy seguro además que todo lo visto y oído daría para uno de esos magníficos números especiales que cada cierto tiempo publica El Oriente de Asturias.
El privilegio de oírlos en primera persona, sería un regalo para nosotros (lo digo por experiencia, y es más de lo que imaginamos) y un homenaje para todos aquellos que, en la mayoría de los casos sin comerlo ni beberlo, se vieron envueltos en el infierno de una guerra.
Espero que estas líneas sirvan como catalizador para el arranque de ese encuentro, pero en caso de que no sea así, sirvan entonces como homenaje personal del que escribe a todos los que vivieron esta triste etapa de nuestra historia, especialmente a mi abuelo el celoriano Manuel Rodríguez (Manolo el de Salud), que en 1.936 trabajaba en una tienda de ultramarinos en la calle Infantas de Madrid, y al que no le dejaron soltar un rifle hasta casi 6 años después.
No le gusta mucho hablar de ello, pero sus relatos de la guerra (el frente de Madrid, Belchite, las sierras de Albarracín y Bezas, Teruel, el hospital de Valencia, sus tres heridas de bala y metralla, de la que todavía tiene un trozo cerca del corazón, y tantas cosas más), me han hecho sentir, sobre todo, una profundísima admiración y respeto para esa generación, tan callada y tan sufrida, a la que tanto le debemos. Cuando veo en la televisión las guerras que hay en el mundo, pienso muchas veces que quizá no nos toquen a nosotros porque ya la pasaron ellos, quemando allí los “demonios familiares” todavía pendientes. Gracias por ello.
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